‘Ñ’, LA MÁS DIFÍCIL

 

Premio de Relato Corto

en lengua castellana 2000

  

MANUEL MERINO SÁNCHEZ

 

Nací en Madrid a mediados de los años 50. Mi infancia transcurrió en blanco y negro, tengo alguna foto para demostrarlo, y de entonces sólo me acuerdo de que hacía mucho frío, que en invierno siempre nevaba y también de ver a mi madre recogiendo de la cuerda la ropa helada. Una vez tuve una tortuga que desa­pareció de repente. Otro día el reloj de la Primera Comunión sufrió la misma suerte. Fui al colegio como todos. Los personajes que aparecen en el cuento existieron entonces, o existen todavía, incluso La Caimana, mi abuelo no, Franco creo que tampoco. A Maribel de las Heras volví a verla unos años después. Había cambiado mucho. Yo también. Me dijo que sí, pero en el fondo creo que seguía sin acordarse de mí. Estudié periodismo porque quería viajar. Ahora viajo pero soy ilustrador o dibujante de naturaleza, no sé. Escribo desde que me acuerdo, tengo un par de libros de cuentos y una novela y más cosas que a veces pienso que debería intentar publicar pero que de momento, por pereza o vergüenza, o miedo a que me lo devuelvan dentro de un sobre sin abrir, todo reposa en una caja debajo de la cama, salvo este cuento de la Ñ, que cuando me llamaron para decirme que había ganado se me había olvidado por completo que lo había mandado, tampoco me acordaba de qué cuento era y como me daba vergüenza preguntarlo tuve que esperar a llegar a Luarca para saberlo. Un desastre. También mandé hace mucho unos poemas que publicaron en una revista de Albacete llamada Barcarola. La otra única ocasión que me animé a participar en un concurso, creo que por lo sustancioso del premio, fue en lo de las Cajas de Ahorro y mi cuento quedó finalista. Fue hace un par de años, y sinceramente el mío me gustaba más que el que ganó, pero bueno, entonces me entregaron una estatuilla muy rara y me dio la mano sin fuerza Cela que, visto de frente, recuerdo que me pareció un langostino.

 

‘Ñ’, LA MÁS DIFÍCIL

 

A los de entonces.

 

Hay letras que son como pozos de hambre, como ojos sin párpados de alas y todas juntas se esconden en tu boca.

Todo eso y mucho más te decían mis papeles rotos, pero ya no te los voy a dar nunca porque no los mereces, ni tampoco que me esfuerce más en estudiar ni en buscarte porque tú me rechazas y lo peor es que ya sólo pienso en cuánto falta para volverte a ver y entonces me entran unas ganas inmensísimas de llorar.

A lo mejor te molestó que te escribiera. Yo no sabía si hacerlo o no, pero Pichel y estos me dijeron que te lo tenía que decir, así que por eso te escribí la carta aquella que me devolviste sin leerla, en la escalera, junto a la sala de profesores, procurando no volver ni tan siquiera a rozarme la punta de los de­­dos.

De todas maneras yo creo que es por la edad, pero a mí no me importa la diferencia, en cinco años tendré diecisiete y ya con la voz distinta y casi seguramente, también bigote o barba como Molina, no se notará tanto la diferencia. Pero tú no quieres ni acercarte y ni tan siquiera me preguntas en los combates de letras, nunca sacas la ñ que me dijiste sin decírmelo que me la preparara y yo me había preparado por si acaso. Siempre las más fáciles pero nunca sacas el número diecisiete, que es el que le toca a la maldita ñ, que será también la edad que tenga cuando espero que me hables y ya quieras las cartas que entonces te siga escribiendo.

Pero otras veces pienso que a lo mejor cuando cumpla los diecisiete y tú tengas lo menos ya treinta cumplidos, te habré dejado de querer. Me gustaría. Otras veces pienso que no me gustaría, porque debe ser muy difícil llenar tanto hueco dentro de uno, es como cuando me quitaron el diente de delante porque el de abajo iba a salirme mal, que quedó un agujero blando donde jugaba a enroscarse la punta de la lengua y el sabor que tenía entonces en la boca parecía el de los hierros oxidados de la barandilla del patio, donde damos la vuelta y toda la cabeza nos gira y si lo hacemos varias veces seguidas, parece que hubiéramos bebido vino o cervezas, tambaleándonos como el de gimnasia, que no le despiden del cole porque es militar jubilado además de ser el profe de gimnasia.

Aunque también se me ocurre que si dejara de quererte también se me pasaría lo de las palabras que me pasa, pero a lo mejor me pasaba igual pero con otra persona. Y es que a mí, cada vez que te veo se me ocurren cosas raras y me pongo a juntar las palabras de forma diferente, pero de una forma que dicen otras cosas sin que yo me lo proponga, por ejemplo, me imagino tu nombre: Maribel, y de seguido me sale: «flor de fiebre», o escucho tu voz en mi memoria y ya escribe mi mano sin que yo lo piense: «lengua con corazón de esparto», por ejemplo. Palabras que me obsesionan, que terminan clavándoseme por debajo de los dientes como buscando un lugar donde hundir sus raíces, frases enteras que me persiguen como serpientes negras y no paran de silbarme su veneno hasta que las escribo, sólo así sé que consiguen dormirse y se olvidan de mí. Pero tú apareces al día siguiente o al momento y ya están de nuevo junto a mí como presencias raras, y mi mano, que en lugar de escuchar los predicados o el tiempo de tal verbo que a nadie le interesa, decide marchar a solas y la veo decirme que tu voz es filo inconveniente que raspa la piel hasta la sangre misma. Y entonces te veo sacudirte el polvo de tiza de las manos y sueño con que me tocas como hacen los novios en los coches aparcados lejos de las farolas y ya estoy otra vez igual: «Maribel, red de labios abiertos». Maribel componiéndose la falda al salir de un coche y yo dentro, fumando, feliz.

Pero debe ser que como con el de Ciencias Naturales estamos dando lo de los sentidos corporales, me sale de repente hablar del tacto de tus manos sobre mi cuerpo desnudo dentro de un coche, y ya escribo que el tacto sella llagas y en la noche dispersa con su acento nuestro humo más lento. Lo que pasa es que ya te veo fumando, tan cerca de mí, que el aire sería el mismo saliendo y entrando de tu boca a la mía, porque me imagino que, como ya he cumplido los diecisiete, no toso cuando me trago el humo, ni necesito tenerlo dentro de la boca contando hasta cinco para engañar a los otros diciéndoles que sí, que yo sí me lo trago. Humo que corre cortinas de razón, que sería decir de otra manera que el cristal del coche se empaña y no puede ya verse lo de adentro desde afuera y nos besamos y tocamos como locos, luego sigo poniendo que el humo no impide al arado del beso su camino trazado más allá incluso de la primera garganta de la tierra, y digo arado porque los novios me ha dicho mi hermano que se meten la lengua cuando se besan y también porque tu apellido es de las Heras, que es donde se trillan las cosechas, pero con hache.

Mi hermano el día que me leyó el cuaderno porque nos habíamos enfadado, me dijo que aquellas cosas mías eran unas poesías de mierda, que las buenas son los endecasílabos y, mucho mejor todavía, las que tengan rima asonante. Pero a mí me da igual y yo hago lo que quiero con mis cosas, por eso tengo el cuaderno entero así, lleno hasta arriba con tu nombre y muchas frases raras que provocas y también otras historias que me cuenta el abuelo y que escribo para que cuando se muera no se vaya del todo. También están allí las palabras que nadie encuentra en su memoria y sólo aparecen en los diccionarios, como ocurre con las de la ñ, y otras que ya se han olvidado, como lo que no vemos que hacen los novios dentro de los coches empapados de vaho y humo mezclados, y también lo que vemos y nada nos importa, como tú haces conmigo cada día, porque cuando te vas y sales de la clase te olvidas de mis ojos que te quieren atar debajo de mi ropa y cuando ya te has ido seguro que tampoco recuerdas el color de mi pelo.

Mañana, como es viernes, toca otra vez «Combate de Letras», el último antes de Navidades, nos dijiste ayer. Luego, al marcharte, te di otra carta en la escalera y rocé tu mano. Tu piel de agua se aparta en mi camino y en detenidas ondas me sumerjo con sed hacia la nada. Pero me la devolviste al momento como si te hubiera puesto entre los dedos una zarza ardiente. Prepárate las más difíciles dijiste, y corrí a casa como un loco y mientras iba yo sabía lo que me habías querido decir. La más difícil era la ñ, pero yo ya sabía bastantes palabras de esa letra porque como a mí me gustaban los animales y en los cromos del álbum de fauna tenía, por ejemplo, un ñandú que corría con un gaucho detrás a punto de lanzarle unas bolas atadas a una cuerda que allí llaman boleadoras y también, en la página de África, estaba ya pegado y completo el doble del ñu que es un toro muy fuerte, pero que no se torea, con los cuernos distintos a los de aquí, mucho más anchos y casi juntos sobre la frente y de comida, por ejemplo, también sabía los ñoquis que mi madre había aprendido a hacer de la suya, de cuando tuvo que emigrar para Argentina por lo de la guerra de aquí y porque después de perderla, la guerra, se había muerto su padre por lo de la tuberculosis y el frío. Luego de nombres estaba Ñuflo, que parece más de perro que estornuda que de persona, pero que por lo visto debía ser alguien muy valeroso. Algo así como el Cid, pero allí. Menos mal que en estos combates lo más importante era decir palabras, cuantas más mejor, porque por cada una avanzábamos un puesto y no había que decir nombres de coches o países con ñ porque todavía no hay. De comidas también estaba el ñame, que es como una especie de planta que nunca he probado y que se come la raíz y pesa hasta veinte kilos, lo mismo que debe pesar ahora el hermanito de Julia, la vecina de abajo, que no hace otra cosa que decirme si quiero ir con ella a patinar, pero yo me aburro y prefiero seguir por ejemplo con lo de las letras, porque los deberes de la Señorita Maribel sí que me apetece hacerlos y además ella sí que explica muy bien las cosas. También me sé la ñora, porque me dijo el abuelo que es un pimiento muy arrugado que en Murcia hervían con arroz durante la guerra y de otra palabra que me acuerdo ahora, y que también viene en el diccionario es ñangué, que era como se llamaba la túnica de Nuestro Señor Jesucristo, la que salía en la película que nos ponen siempre en el cine del colegio cuando es Semana Santa o hacemos lo de los ejercicios espirituales y que era de color rojo, como las ñoras. Pero yo no creo en Dios. Mi abuelo tampoco, lo que pasa es que no se lo puedo decir a nadie y mucho menos al imbécil de Mauri, porque se chivaría a la primera y si mi padre se entera que voy diciendo eso, me mata a bofetadas. A Ñuflo de Chávez lo mataron los indios mientras estaba durmiendo atravesándole con lanzas en su hamaca de chinchorro pero cuando lo hicieron, me ha dicho el abuelo que ya tenía el cuerpo lleno de niguas que son unos bichos que en cuanto te descuidas te desgarran la piel de los pies y se meten por debajo de la carne poniendo sus huevos por todas partes que llegan a hacerte unas heridas gigantes que se llenan de pus como si fuera niebla y al final toda la parte donde se ha metido se vuelve del color de los muertos y hay que cortar la pierna entera gangrenada, pues te van sorbiendo como por una paja todo lo que encuentran para alimentarse, hasta el hueso mismo, esto es, la tibia, el peroné y también el fémur que es el más largo del cuerpo, y al final todo parece puro palo hueco de tanto como te chupan esos bichos. En los países donde la emigración de entonces, también estaban los otros parásitos, esos que ya no me acuerdo cómo se llaman ni sé si son moscas o qué, que se dejan caer mientras duermes sobre la cara y aprovechan para ponerte un huevo en el borde del ojo y el bicho fermenta y se mete hacia adentro y acaba comiéndote el cerebro entero como el amor y como te digo que me pasa con las palabras que no escribo cuando me empiezan a aparecer por todas partes, como si fueran moscas en verano cuando comemos en la terraza, sobre todo si hay fruta o carne en los platos. Sobre todo me pasa cuando se acerca la Señorita Maribel y nunca, pero nunca, nunca, me ha pasado cuando sube Julia y se acerca y me dice al oído si quiero ir a patinar con ella, aunque yo sé que lo que quiere es que la bese. Pero a mí me da asco porque mi hermano sí que la ha besado y seguro que le ha metido la lengua y yo no quiero las babas de mi hermano que es un imbécil, porque un día le conté todo lo de la señorita Maribel de las Heras y se reía porque le dije que me sucede algo muy raro, que no sé explicar bien, pues sólo con escuchar el ruido de sus pasos cortos sobre las tablas del pasillo, pisando también la arena del recreo y enseguida ver su silueta a contraluz, empiezo a temblar, pero no de miedo, es como de sobresalto, igual que debe sentirse cuando ve uno a una serpiente, porque yo sólo he visto una vez una en esa tienda que está cerca de Sol, que allí lo único que pueden darle a uno es pena, de tan sucios como están los cristales y parecen tan tristes y sin expresión alguna, mal comparado, como la cara que tiene la Virgen en el cuadro ese de la capilla, en el que aplasta con su pie descalzo una serpiente con alas. ¡Como si no la hubiera visto! Como si alguien que caminara descalzo y de repente pisara algo que se mueve, no se fuera a dar cuenta y mucho más siendo la Virgen. Desde luego el pintor era malísimo, la ropa sí que está bien pintada, pero lo que es la víbora, para nada. Además, ¿dónde se ha visto que las víboras tengan alas?, ya sé que es una legoría del demonio, me parece que se escribe así, pero a uno se le hace difícil pensar que la gente de antes, que esa sí que estaba acostumbrada a enfrentarse a todas las serpientes porque se vivía mucho más en el campo que ahora, con lo de la migración y todo eso, llegara a pensar que pudiera haber animales o demonios así. Desde luego, lo del infierno tiene que ser horroroso, aunque yo hay días que no creo en el demonio ni en nada de eso, porque si no, a ver, ¿por qué no pasan milagros ahora? Aunque a lo mejor todo sucede ahora mismo, pero nosotros no podemos verlo. Huéscar dice que él sí que ha visto a su ángel de la guarda, pero yo no me lo creo. Lo que pasa es que aunque sea mentira me gusta lo que dice y le escucho porque lo que más me gusta en el mundo, además de la Señorita Maribel de las Heras, es escuchar historias y la de Huéscar es que su ángel de la guarda se llama Pete, que me parece que es un nombre que lo ha sacado de alguna película, pero bueno, y dice que nació en 1892 y murió en 1932. Según él, Pete pasó toda su vida en la marina mercante y se ahogó durante una terrible tempestad en el Mar del Norte. También me contó Huéscar, que en realidad se llama Mariano de primero y Huéscar de segundo, pero como el primer apellido suena también a nombre le llamamos Huéscar, que a lo largo de toda su vida, Pete, nunca llegó a ser aquello que habría podido ser y por eso le sirve de guía y le protege. Yo creo que no tengo ángel de la guarda. Mi abuelo tampoco.

Luego están también las historias de los libros, «Corazón» y todas esas, pero a mí las que más me gustan son las de piratas y también las que me cuenta el abuelo y como ahora me he preparado la ñ, le he puesto nombre de verdad a las cosas que salen en ellas. Por ejemplo, ya sé que donde tuvieron que emigrar por lo de la guerra esa que hubo aquí en la que pasaron luego tanta hambre que hasta murió mi otro abuelo, el padre de mi madre... pues eso que allí, llaman a las víboras «ñacaninas». Mi abuelo dice que nunca duermen y que son enormes, sobre todo en el Chaco, que es como una región toda de agua pero sin serlo, porque está todo cubierto de grandes hierbas muy altas y si te pones a andar el agua te cubre casi del todo y salen pájaros por todas partes y es muy peligroso porque su ruido puede atraer a los caimanes que es lo mismo que los cocodrilos. A mí me gustaría llevarte allí, Maribel y defenderte de las víboras esas que pueden matarte porque si te miran de frente te hipnotizan, pero yo te salvaría escribiendo tus miedos con hilos de colores sobre el cielo y tú te colgarías de mi cuello como una bufanda de besos. Tu pecho, Maribel, campo estéril de cardos. Tu pecho contra el mío, abrazada muy fuertemente por el miedo del agua que comienza a ondularse.

También me contó el abuelo la historia de La Caimana, que era una mujer muy guapa de la que todos los hombres se enamoraban y luego ella, por la noche, les devoraba el corazón. Era como hacerles caer en la trampa de sus ojos sin fondo y sus manos abiertas, engaño, añagaza o ñagaza, que es lo mismo. Estaría bien que hubiera algún país, pero no hay pa­­íses con ñ. Ñespaña, Ñestlé, Ñaribel de las Ñeras. En las chocolatinas delgaditas rojas siguen apareciendo cromos siempre con algo de grasa en sus esquinas como si fueran ñácaras, que también quiere decir llagas, las mismas que hacían los mosquitos a Ñuflo de Chávez mientras dormía, un poco antes de morir, o en los cuerpos ya sin vida de los hombres que se enamoraron de La Caimana. Mi abuelo dice que ella les guisaba comidas fabulosas que envenenaba con su saliva, que era un somnífero muy potente y después de comer, mientras la siesta, los mataba. La Caimana era, por ejemplo, experta en hacer ñoclo, que es una especie de pasta frita que mi abuelo dice que huele a humedad de bosque y no tiene sabor, aunque allí, donde vive ella no hay árboles, sólo hay juncos entre los que se sabe esconder convirtiéndose de repente en cualquier animal, y a veces, supongo que para conseguir algo de dinero, con los juncos más blancos, que hay que cortar con luna nueva y muy de raíz, con las manos dentro del agua hasta los codos, trenza cestos de ñapo que luego regala a las mujeres de los hombres que a ella más le gustan y los llena de lluvia y eclipses y de tormentas frías para que se vuelvan tristes y sus maridos las abandonen del todo. También cuenta mi abuelo, que cuando estuvo allí decían que La Caimana podía cambiar su rostro a voluntad y que como era muy vieja, si lo quería, podía hacer que aparecieran en su cara todas las arrugas y todos los muertos que llevaba dentro de ñeco, que es como llaman allí al golpe que alguien da con el puño, como hace por ejemplo el de mates para que nos callemos cuando estamos en clase y yo le cuento estas cosas a Mariano Huéscar, porque él me ha contado su secreto del ángel de la guarda y yo le tengo que contar otro porque eso es lo normal. Lo único que cuando me enfade a partir de ahora con él, voy a llamarle ñiquiñaque, que es como decirle imbécil y tonto a la vez, pero con palabras como secretas, o de otro idioma, porque nadie más en mi clase las sabe. Pero a nadie le voy a decir nunca más lo de lo que me gusta la Señorita Maribel de las Heras, porque Pichel dice que soy gilipollas, que la verdad es que no sé si se escribe así o con y griega, porque nunca lo hemos visto escrito en los diccionarios, aunque sí que sabemos lo que quiere decir y también otros tacos de putas y esos que chillan nuestros padres cuando se gritan y discuten de dinero. Pues eso, que Pichel me dice que soy un gil y lo que sigue, y que nunca me voy a casar con ella porque además ella es mayor y seguro que ya está casada y también discute con su marido o esposo por el dinero, pero yo creo que lo dice todo sólo por joderme porque en el fondo seguro que a él también le gusta y todos, cuando el de mates da el regletazo, ¡ñeco!, sobre la mesa, nos callamos y nos ponemos a mirarle muy serios, intentando acordarnos de lo que estaba diciendo porque a veces le da por preguntarnos que qué estaba diciendo y siempre, siempre, acaba poniendo algún cero en el diario al que no estaba mirándole de frente, porque eso quiere decir que no estaba atendiendo. Los más cobardes se hacen ñaña, o caca, cuando les pregunta, pero a mí no me ha preguntado nunca, así que vuelvo a donde estábamos y le sigo contando a Huéscar que un día mi abuelo se encontró con ella, porque todos decían que había que matarla pero nadie se atrevía a ir y entonces a él le pasó lo que a mí, cuando las manos me escriben solas esas palabras que vienen a mi cabeza sin que yo las llame, pues a él igual. Así que sin quererlo escuchó su voz de repente decir a todos que él iba a ir a por ella, y cuando le cuento a Mariano Huéscar todo esto, le repito muy bajito las mismas palabras imitando una voz muy seria, que no es la mía ni tampoco la de mi abuelo, pero él no lo sabe: «Yo voy», dice entonces mi abuelo a todos los cobardes, yo iré a buscarla, porque mi abuelo es el único que conoce dónde vive y que se esconde entre las flores de los ñames, porque le gusta dormirse en ese olor de viento y sabe que poco a poco le va entrando en la piel, como cuando estoy muy cerquita de la pizarra y pasa la Señorita Maribel de las Heras contando cualquier cosa y a mí me huele su colonia a pan y musgo al mismo tiempo.

Luego mi abuelo me contaba que aquella misma noche llegó tan cerca de donde La Caimana dormía, que incluso pudo escuchar el sonido de su respiración y yo me imaginaba lo que debe ser dormir al lado de la de las Heras, completamente desnuda bajo una sábana que se nota todo y cada vez que lo pienso se me pone toda dura. No sé si a mi abuelo se le puso así, pero creo que, aunque no lo dice, debió sentir algo de miedo porque nada más levantarse el día y también ella, me dijo que parecía como si el cuerpo de La Caimana fuera aún como de sueño y no tuviera sustancia, porque se podía ver el horizonte entero a través de ella.

Luego le seguí contando muy bajito y sólo a Mariano Huéscar, porque no quería que me oyera el imbécil de Íñigo López, que es un listo y por mí se puede ir metiendo la goma por el culo, porque no se la voy a pedir nunca más, que mi abuelo me dijo que ella empezó a soltar el aire de la noche que le había quedado dentro y de su boca salió entonces como una nube que enseguida empezó a girar elevándose como una espiral fría en la que iban quedando atrapados ñancos, ñacudas, ñenguerés y ñacurutús, pájaros salvajes todos ellos, que gritaban indefensos antes de quebrarse sus alas bajo la fuerza de sus ojos de sombra. Luego se los comía. Los ñandús eran los únicos que escapaban, porque debían olerla o algo así, por lo de las flores esas de ñame que le iban empapando la carne con su olor. Mi abuelo decía que aquella mañana vio correr a los ñandús como si pudieran volar agitando sus inútiles alas enanas y sus patas color de hierro nuevo. Mientras tanto el de mates seguía entusiasmado intentando resolver un problema estúpido de dos trenes que salían por la misma vía a distinta velocidad y a horas diferentes pero en sentido contrario, tratando de calcular en qué punto exacto iban a chocar, pero a mí me parecía más lógico intentar pararlos en cualquier estación intermedia antes de que se dieran la gran hostia, pero nada. Al final fue el listo de Tello López quien lo sacó. Como si me importara mucho. Huéscar entonces que si bebe sangre La Caimana esa y yo que claro que sí, que todos los días y que cuando lo necesita, se cubre su cuerpo, porque siempre va completamente desnuda, con una túnica de ñandutí, bordada con todas las formas y todos los colores del mundo y sale al páramo encharcado con sus brazos abiertos como tela de araña y atrapa con su voluntad los latidos de todo lo que vive en cien kilómetros a la redonda, por lo menos, atrayéndolo hacia ella como un sumidero de muerte prodigioso, y si es un animal grande, como por ejemplo un oso hormiguero o una vaca, etcétera, coge un bastón de ñandubay, que es una madera muy dura que sirve allí para hacer las cercas del ganado, que no flota ni se pudre jamás, que es tan dura que hasta los rayos las evitan, ñudoso, le digo aposta y me callo un momento para que me pregunte y le digo que es lo mismo que nudoso, con nudos en sus extremos, y con él como si fuera un mazo medieval los golpea y mata dejándolos sin aire, ñangotados, sin decisión alguna y los convierte en siervos, ñiquiñaques como tú y me río y entonces él dice que no vale y que termine de contarle lo que pasó. Pues que todos la siguen como Mauri al de reli, le digo, como ñaños babosos. Mauri preguntándole que cómo está padre, llevándole el sombrero que es como el de Don Quijote pero de tela negra y sin mordisco y también la cartera que pesa como si llevara piedras o al mismo demonio dentro, pero entonces que qué pasa me dice Huéscar y yo le cuento cómo esa tribu de fieras arrebatadas a la vida se defienden como ñáñigos ñápagos, de la voluntad de muerte de La Caimana. Pero Huéscar no entiende las palabras de la ñ porque no se las ha preparado y yo se lo tengo que explicar, mientras Mauri, para hacer todavía un poco más la pelota al de reli, borra el problema que ha dejado escrito en la pizarra el de mates, un problema muy raro en que las letras son números, A+B y todo eso, que nadie, menos el listo de Tello, ha debido saber de qué va, pero que debe ser muy fácil porque, si la ñ es el 17, la A vale 1 y la B 2, lo que suma 3 y si a eso le añado ella y yo que somos dos, en total sale 5, cinco años de nada que son los que me faltan para cumplir 17 y poder empezar a salir con Maribel porque entonces ya seré otro.

El de reli empezó otra vez con lo de los ejercicios espirituales y nosotros, como ya oye tan poco como mi abuelo, pudimos seguir todo el rato hablando de lo nuestro y riéndonos de la cara de imbécil que tiene el Mauri, escuchándole como si fuera Dios o alguien parecido. Pero esta clase siempre pasa muy rápido y enseguida suena el timbre y llega la hora del recreo, así que luego seguimos y él que qué quiere decir lo de los ñáñigos esos de antes y yo le digo que es también como de una religión que fuera ser zombis o algo así, gente sin voluntad, como hipnotizada, imbéciles como Mauri que creían en el poder de los muertos y que sus sacerdotes hacían con ellos lo que querían y siempre andaban asustándolos con lo de los remordimientos y los pecados y los castigos a los pobres ñápagos, que es lo mismo que decir mestizos, que son los que su padre se ha casado con una negra o al revés y los dos pensando en el recreo que tiene que ser muy raro eso de estar con una negra desnuda y que a lo mejor desnudas no se ven por la noche como si fueran invisibles y él que seguro que se dejan hacer más cosas o hasta la chupan y además que a lo mejor les gusta todo eso porque su religión no es como el cristianismo que es más limpia. En los ejercicios espirituales vino también a hablarnos una negra, pero llevaba hábito gris y gafas de culo de vaso, así que esa no cuenta. Las monjas tampoco, porque por lo del misterio de la Fe y la Trinidad no son lo mismo que las mujeres normales. Yo lo del misterio de la Trinidad lo entendí un día de repente pero se me olvidó de golpe un momento después y ya no me acuerdo bien de lo que entendí. Es como ser muchos dentro de uno, igual que cuando sin quererlo empiezo a pensar palabras y ellas pueden más que el yo mío normal, o por ejemplo como cuando estás enamorado y sin embargo sigues pareciendo por fuera la misma persona. A lo mejor es que todos por dentro somos dos o tres, o incluso más personas o un mundo entero, pero por fuera sólo tenemos una cara y un cuerpo porque si no sería un lío. A los ejercicios espirituales también vino con la monja negra uno que se había cortado la lengua para no decir el nombre de sus amigos a los comunistas que le torturaban para luego matarlos a todos. Lo raro es que no lo mataran después por rabia y lo más extraño es que todavía pudiera hablar sin lengua y desde entonces no puedo ver cuando mi padre se afeita porque me entran como nervios en el estómago y se me sube todo el miedo al corazón. Mi abuelo, que se marchó a donde La Caimana por lo de la guerra, dice que todo eso es una mentira asquerosa y que los curas sólo piensan en el dinero y en las putas, lo que pasa es que aunque piense así se tiene que callar porque vive con nosotros y mi padre es de Franco. Después vimos la peli de la túnica sagrada, pero no hacíamos más que pensar en el de la lengua y la cuchilla de afeitar y el último día hubo misa y me acuerdo también que Mauri fue el único que comulgó de toda nuestra clase.

Después del recreo vino la de historia, pero como llegó tarde, estuvimos todo el rato pintando en la pizarra corazones y eso, y después, a Alvar, que es el más bajo de toda la clase, Pagán y los del fondo le pusieron sentado dentro de la papelera y le dejaron encima de la mesa del profe, y se puso muy nervioso y al final cuando estaba a punto de llorar, alguien avisó que ya venía «Doña último aviso» y entonces le ayudaron a salir para que no se la cargara. Pero nos­­o­tros estábamos todavía con lo de La Caimana, cuando busca a sus víctimas y de repente un vuelo de ñenguerés, que son pájaros ciegos, me invento y Huéscar se lo cree, como ruido de pasos la precede y tras ella todo queda reducido a ñuto, polvo le digo, como cuando corremos por el pasillo y levantamos toda la arena y el barro machacado que traemos del patio en los zapatos. Entonces llegó la profe de historia, que parece sacada del planeta de los simios, y empezó como siempre a decirnos que ya está bien de ruidos y carreras, que es su último aviso y todos, aunque no lo queramos, nos reímos por lo bajo y ella que parecemos niños ñoños en lugar de ir para mayores, etcétera, pero ninguno le hace caso y todos nos acordamos de Alvar congestionado y sin poder salir de la papelera a punto de llorar, pero ya no nos podemos reír más porque lo mismo se piensa que nos reímos de ella y se mosquea mucho y seguro que al final nos suspende porque es una vengativa. Luego pasa un rato y cuando se tranquiliza de los nervios sigue contándonos lo de Cartago y todo eso y las luchas contra los romanos, así que por un rato nos callamos y pensamos que estaría bien ser Aníbal, que era hijo de Amílcar Barca, y montar elefantes por encima de la nieve, matando a todos los que a uno le diera la gana y cogiendo el oro y los tesoros y las chicas que más nos gustaran, incluso muchas y yo, de ser mayor, más de diecisiete me refiero, y ser Aníbal y tener elefantes, seguro que raptaba a la Señorita Maribel de las Heras, que entonces no sería profesora de lengua ni de literatura y haría que me quisiera a la fuerza aunque a ella no le gustase, porque a mí me daría lo mismo que me besara, panal de abejas en combate, aunque fuera por puro miedo. Los besos de las putas son por dinero y también son besos, como los de Julia que los da gratis. Yo no he besado nunca a nadie, pero cuando me pregunta Piche siempre digo que sí, y también que fumo sin tragarme el humo y que salgo con Julia porque es mejor ser mayor, pero Mariano Huéscar que venga, que siga, que cómo acabó lo de La Caimana esa y yo aún con los besos de la Julia y las babas de mi hermano en la boca y los enemigos de Aníbal a mis pies, vencidos, como los rojos, ñocos, mutilados como los grabados de la guerra de Goya, siempre tan desnudos, pensando que a mí no me gustaría ser de Franco, así que yo también me hubiera ido con mi abuelo a ver a La Caimana después de la guerra, lo que pasa es que yo no hubiera vuelto como él, me hubiera gustado más quedarme allí, claro que entonces no habría conocido a la de las Heras, con perfume de ñorbos y besos de rosas sin pétalos, avanzando descalza por el páramo. Las víboras se encienden a tu paso. Algunos dicen que La Caimana era una ñusta, o hija de un emperador inca, que vagaba por todos sus antiguos dominios saciando su venganza real con sangre que mezclaba con estramonio y ñongue machacado. Que podía tomar el cuerpo de cualquier animal y a menudo se aparecía recubierta de ñanga, que quiere decir barro, le explico a Huéscar, desnuda y con sólo una corona de flores violetas de ñajus goteando su espalda y a Huéscar se le pone una cara de bobo que tengo que darle un codazo para que no se dé cuenta la de historia. Entonces La Caimana vio a mi abuelo. Él, que era muy listo, empezó a cantarle una canción de esas que cantaban durante la guerra los soldados a sus novias, pero que ya no pueden cantarse porque a Franco no le gustan y después siguió silbando pasodobles y tangos que también se sabe enteros, durante mucho rato y ella se quedó inmóvil frente a él, desconcertada, porque era el primer hombre que le había cantado canciones de amor. Así que después de mucho tiempo, una hora o así, le dijo que no le iba a matar, que lo había pensado mejor y que le dejaba irse, pero que a cambio de perdonarle la vida, le condenaba a no ser jamás feliz en el mundo porque todas las canciones le habían parecido muy tristes. Y como cada vez que La Caimana hablaba, el aire que salía de su cuerpo, su aliento, era veneno blanco que cubría como niebla el Chaco entero, mi abuelo escapó, aprovechando ese momento en que no podía vérsele bien. Para acabar la historia, mi abuelo siempre explica que lo de la felicidad ha sido verdad, porque ya había perdido la guerra y en cuanto volvió aquí, enseguida se casó con mi abuela que además le da unos gritos tremendos porque ya no oye mucho.

Luego sonó el timbre, me acuerdo perfectamente porque todo esto pasó ayer, y enseguida, como era ya la última hora y el recreo había pasado, llegó la Señorita Maribel de las Heras, con su pelo de sol goteando las tablas arañadas del piso. Traía sus libros abrazados y nos dijo que antes del combate de letras tenía que comentarnos algo.

Yo ya conozco el sabor de la muerte y le repito cada noche que venga a dormirse en mi saliva. Lo único que quería era morirme, sobre todo por no ver la cara del gilipollas de Pichel mirándome y riéndose por lo bajo, haciendo como que daba golpes contra la mesa con su mano abierta, ñecos fuertes, pero sin darlos y también por los aplausos locos del pelota asqueroso de Mauri que ya se había puesto en pie y gritaba que viva la señorita Maribel de las Heras y todos ahora diciendo que viva a gritos que se oían resonando por todo el pasillo otras tres veces. Y Mariano Huéscar mirándome también medio riéndose porque sabe que yo la quiero y yo sin querer contestarle sabiendo que nunca más le voy a contar las historias que me invento, porque lo de La Caimana me lo he inventado yo casi todo porque mi abuelo ya está todo el día tan triste que casi ni habla y yo le cuento sus historias de otra forma para distraerle y que no las olvide y mientras tanto ella diciéndonos que no podría venir hasta después de todo y que seguramente para entonces ya habrían pasado las vacaciones de verano y el Mauri otra vez dando gritos y vivas, aplaudiendo en pie como una loca histérica, como si el hijo que ella esperaba fuera de él.

Maribel de las Heras, campo arado, eclipse que me ciega, en ti germina la flor de la guadaña. Corazón de ortigas, eres la noche plana sin ventanas ni estrellas que revienten como aviso de nada.

Luego, cuando consiguió por fin callarnos, se acercó a la pizarra con su perfil sorprendentemente abombado y sin preguntar a nadie ningún número para sacar con él la letra que le correspondiera, escribió con la tiza roja una enorme mayúscula enroscándose sobre sí misma, como una anguila de sangre que se retorciera al ahogarse. L  de Luis si nace niño, como su padre nos dijo, y si era niña, la llamarían Laura. Una  L  inmensa, con dos rabos de gato que pasaban de largo, uno por cada extremo, golpeteando el suelo de mis ojos con sus uñas de hielo y empezó el combate preguntando primero a Alvar que dijo libro y siguió Boixareu: laguna. Conesa: lavar y me acuerdo que López-Gómez dijo limones y hubo un coro de risitas al fondo, por donde Tello López. Después se escuchó el vozarrón de Maynar, muy serio, que añadió ladrillos, luego Mindán que soltó muy fuerte: locura y entonces ya era mi turno y todos me miraban, pero a mí sólo me salía muy bajito la palabra «lágrimas», arañándome la cara con el puño del jersey.

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